De pequeña mis padres me llevaban con frecuencia al Parque del Retiro, único pulmón en el centro de Madrid. Era y sigue siendo bonito sentirse rodeada de árboles, estanques y acequias, donde la imaginación infantil encontraba el lugar ideal para ensoñar y desarrollar miles de historias y juegos. Recuerdo como si fuera ayer mis encuentros con las flores, los barquitos de papel, los peces de colores, los patos y hasta los animales salvajes, recluidos tristemente, (entonces no era consciente), en unas jaulas pequeñísimas en la llamada “Casa de Fieras”, nombre dado por Fernando VII a este zoológico que en origen era privado para disfrute de la realeza y su corte. Afortunadamente se clausuró hace años y en su lugar hay un precioso jardín, que conserva la estructura original pero donde solo queda como recuerdo de aquel cautiverio el foso de los monos, sustituídos por monitos de cartón piedra. Tiene el don de trasladarme a mi infancia y por una vez felicito a los sucesivos gobiernos municipales por su sensibilidad al conservar este espacio entrañable para varias generaciones de madrileños.
La acuarela es solo un estudio y representa la puerta de entrada a este recinto. Quise jugar a representar el ladrillo, (es obvio), y está detallado en exceso. Me sirvió para aprender que no debo hacerlo nunca más, pero me divertí.